miércoles, 29 de junio de 2011

El brindis del poder cazurro

Que si gobiernas tienes más amigos, amigo, y éstos soltarán la tela entre agasajos y desprecios a tu percusor, que vaga por los medios poniéndote verde y criticando que le quites el Pocoyo y los cuatro carriles donde la Plaza de Toros. Que cien medidas son muchas sí, pero la ciudad lo está agradeciendo, será que por eso lo votaron (yo es que no soy de aquí).

Entre farándulas anda el juego, que al poco llegó San Juan y luego San Pedro con un San Benito al cuello y un Sergio Dalma que puso a la gente todavía más contenta contigo. Que sin dinero no se hacen milagros, “Galilea, qué fortuna la mía” y como no iba la pasta por delante las cuarentonas y de medio siglo las quedó sólo el recuerdo de verlo el año pasado en las fiestas de Trobajo y alguna vez en la tele. Lo del festival celta un crimen al leonesismo, has de reconocerlo.

Que en la derecha abundan yates, lo sé, y buenas maneras, o eso dicen, camisas de botones en el cuello y jerseys de lana fina, que unas veces son del jinete y otras del cocodrilo, pero que visten con esos pantalones azul windows y un polo fino con los colores de España en los cuellos. Los curas dicen las misas más altas y hasta abrieron la mezquita del Crucero para que entrásemos a verlos rezar. Así es España y así te encuentras, amigo, con unos indignados que no te dieron muchos problemas y ya te dejaron Botines despejado, para que pusieses así un mercadillo artesano y brindases, con la banda del que manda, por una buena gloria.

viernes, 24 de junio de 2011

Hasta luego, César

Se fue César Ramos y nos dejó a todos dudas y una clara sensación de incredulidad. Supongo que quienes vieron a César de pasada, vale, profe y punto, apenas se hayan enterado y si eso habrán dicho, vale. Otros que pensamos diferente y que vimos en César a alguien más que a un profesor de Religión y Gimnasia (luego llamada Educación Física) nos hemos preguntado ¿por qué?


A nivel personal, César, un año más tarde de llegar a Jesuitas León, entró en mi clase de 5º, con tarima de piedra, nada de tablas, esa grande que había en la esquina, con pirograbadores en la parte de atrás y el magnetófono con que Serafín nos hacía escuchar música clásica a primera hora. La música amansa a las fieras… En mi vida escolar, sentí a César como el profe calvo, que siempre con bata blanca, se encargaba de los buses cuando Don Carlos no lo hacía. César era el del Comedor, el que voceaba e imponía con su altura y tono de voz. El que bailaba en las fiestas, el monitor de basket de mis amigos. El que hacía algo nuevo y más diferente a lo que hacían los demás.


La vida en el cole pasó rápido (interminable de aquella) pero no tardé mucho en regresar. Unos días antes de empezar las prácticas de Magisterio en Jesuitas (ese momento en que aposté por el Cole en vez de por una Beca Erasmus) mi madre y yo nos encontramos a César por la Palomera y él, canturreando decía “ay que poco le queda a alguno” valorando el inicio inminente del Practicum.


Entonces compartí sala de profesores y sofá varias veces con él. Ese vistazo tan distinto a la vida del alumno, desde dentro de la Sala de Profesores, donde la cafetera, donde la mesa enorme, donde me enteré del 11M con aquel móvil gigante de Juan Caño que parecía un ordenador de bolsillo... Allí nos echamos César y yo unas risas varias veces recordando otros tiempos. Tanto coincidía con César y tanto quise implicarme en el Cole, quizás tomándole a él como ejemplo de implicación y dedicación, que no pude rechazar su oferta de hacer teatro con el grupo Teatrillote de padres, madres y profesores. La obra se hizo en varios puntos de León y yo actué en La Robla, y sobre las tablas era un estudiante de derecho que quería abandonar los estudios para ser un buen torero. César, que era mi padre, me gritaba y se daba golpes en la cabeza por ver cómo su hijo se perdía en el mundo de la farándula. Personalmente, el mejor momento de toda la obra, ese debate de por qué quería ser torero y por qué mi padre no quería que lo fuera.


Un poco más tarde y en los años como vigilante de patio, entrenador, sereno, suplente de lo que fuese, delegado, niño de los recaos, enfermero, monitor de campus, montador y sufridor de la barraca, profesor de informática, monitor de autobús, de comedor… de lo que fuese, compartí muchos y buenos momentos con César. Nunca discutimos. Nunca tuvo un mal gesto para conmigo. Y siempre pudimos compaginarnos en diferentes tareas para el bien del Colegio.

Ese profesor que siempre tocaba la guitarra con Ana Castro y Ana María de Lorenzo entre otros guitarristas caídos en el olvido se nos fue el pasado martes. No pude despedirme de él. Nadie pudo, tampoco Alicia. Tampoco los peques. Se fue sin molestar, pero antes de los que todos nos esperábamos. Unos lo vimos esa misma semana con los niños. Otros hacía más tiempo. Otros ese mismo día, la misma tarde… Y todos, como yo, aún no lo creemos.


Se fue César, y se fue otro de los símbolos del Colegio Jesuitas de León, y cada vez quedan menos entre jubilaciones, despedidas inesperadas y la política de un director que por fin termina una carrera penosa en el Colegio y que ha apostado por los de fuera en vez que por los de casa, los que conocíamos mejor a César, los que comulgamos con San Ignacio, Francisco Javier y Fabro…

Ahora, seguro, César está al lado de Silvia, contando cómo fueron las últimas fiestas al Padre Sánchez Castro y preguntándose él también ¿por qué tan pronto? César, profesor, compañero, amigo, padre, allá donde estés, te mando un fuerte abrazo y mis recuerdos a los que veas por allí.

lunes, 13 de junio de 2011

La selva de los pequeños

Relato participante en el concurso de microrrelatos de la Fundación Sierra Pambley. Si te gusta, vota por "LA SELVA DE LOS PEQUEÑOS" aqui. ¡Gracias!

"Ahora un león acechaba a aquella gacela despistada. Un buitre daba vueltas en el cielo y cerca reían un par de hienas. El colibrí observaba de reojo mientras chupaba el néctar acelerado. La mariposa se dio cuenta de aquello y voló hasta la mantis, que golosa saltó al vacío. Cayó encima de una ardilla, que asustada subió hasta su madriguera. La colonia entera se agitó meneando la rama y la colmena de la orilla. Varias abejas salieron, no conté, pero zumbaron hacia la pradera más allá del bosque. Por allí merodeaba la gacela, que saltó y corrió para no ser acribillada. El león, bajo el sol de agosto, suspiró y se dio media vuelta buscando una sombra, y esperando la caza de las leonas, se preguntaba si él era más rey que la que había espantado a su comida…"