domingo, 18 de febrero de 2018

La casa cortada


Nos gustaba la casa porque siempre hacía mejor temperatura que en la calle. En el frío invierno podías calentarte junto a la chimenea y en el caluroso verano sus frías paredes hacían de aquella mole antigua un lugar fresco donde respirar sin sofocarte.

Nos habíamos acostumbrado a vivir en ella Luna y yo. Ella con sus cosas y estilo de vida solitario. Yo, desde que nos había dejado Venus, me recluí en mi mismo mirando por la ventana o saliendo al patio trasero. Como una pareja imposible, como unos animales que perdieron su celo por el gusto a aquella placentera vida. Condenados a entenderse. No era atracción, insisto, jamás pensé otra cosa, pero si el cariño de sabernos almas libres que disfrutaban de su vida de solitarios en un mismo lugar.

Luna era puro amor. Daba gusto ver su mirada misteriosa y su estilo limpio cuando caminaba. Vagaba por la casa sigilosa, como si no moviese el aire a su paso. Se deslizaba por el pasillo con pasos muy cortos, segura de su destino. Paseaba por la casa de una manera peculiar, eso sí, sin querer salir jamás, si quiera, al patio. Era asombrosa su capacidad para conciliar el sueño, quizás aburrida de no tener nada que hacer o no querer hacer nada. Tan pronto se dormía en el dormitorio, como en el sillón frente a la chimenea. Daba igual la hora. Luna dormía en el sofá, en una silla, incluso en el baño. Alguna vez estuve mirándola mientras dormía y envidiaba su estilo de vida tan tranquilo y somnoliento. No es que el mío fuese muy diferente pero sí que cada día salía un par de veces a airearme al jardín, hacer alguna tarea, oler las flores y plantas y sentir esos aromas que solo yo y no Luna podía sentir... Teníamos todo hecho. Solo quedaba dejar pasar el día para que llegase el siguiente y seguir viviendo tranquilo.

Pero es de la casa de lo que quiero hablar. De la casa y de Luna. Yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Luna si nos hubiéramos dado cuenta antes de lo que estaba pasando, y de cómo la casa iba reduciendo nuestro espacio vital. Porque éramos felices cuando dormíamos, a veces juntos, pero sin roce, en el mismo dormitorio. Aquella habitación de viejas y grisáceas cortinas hasta el suelo entre las que Luna bromeaba sensualmente. Aquella cama hundida al centro sobre la que nos acostábamos en las orillas para no caer al abismo. Esa otra habitación de invitados que pocas veces fue ocupada y que mantenía el olor añejo a las cosas que allí se apilaban y guardaban. La bajada por unos escalones crujientes de madera que a Luna jamás la sonaban y que a mí me hicieron tropezar un par de veces. Aquello fue lo primero que se cortó y un día ya no pudimos subir más.

Luna y yo nos conformábamos con la planta baja. En el salón se estaba a gusto. A veces veíamos la tele pero no me gustaba y acababa saliendo al jardín. Luna en cambio podía ver todos los telediarios y telenovelas de la tarde tumbada en el sofá. Encogida sobre aquellos cojines desgastados por el uso, llenos de pelo, mirando pienso a la nada, porque no creo que entendiese nada de lo que se decía por que tan pronto se sentaba, se dormía. La chimenea en los últimos días allí no se encendió, a pesar de que empezaba a hacer frio, pero no parecía importarnos. En la cocina de techo alto con armarios empotrados y puertas enormes estaba nuestra comida. Yo odiaba el sonido de las cacerolas chocando unas con otras, por eso siempre me escapaba de allí cuando tocaba cocinar o fregar. A Luna le daba igual, podía pasarse prácticamente el día entero en la cocina. Quizás le gustaba la luz que entraba por la ventana sobre la encimera, donde se sentaba a ver pasar las horas y coger temperatura. Parecía una lagartija. Pero no salía a la calle. Aún no.

Allí fuimos conducidos cuando el olor a muerte llegó a nuestra vida. Primero fue al patio, algo que fue un impacto para Luna, que nunca salía. Yo estaba más acostumbrado e intenté mostrarla todo lo que había, lo que había hecho, dónde había dejado cosas, a quién había visto y a qué olía cada planta. Luna a veces me seguía, y otras simplemente se quedaba sentada en la puerta de casa, llorando y pidiendo entrar de nuevo. Pero aquello se había acabado. Yo lo supe antes que ella. Y entendí que debía alejarme de aquella casa y aquella vida cuando vi abierta la puerta de la cancela. Aullé una última vez y salí corriendo sin mirar atrás, dejando a Luna maullando desconsolada a la puerta de nuestra casa.

De la tarea
: Escribir un relato de corte similar a Casa tomada, de Cortázar. 
Curso de Escritura, nivel básico de la ULE. Imparte: Manuel Cuenya.

domingo, 4 de febrero de 2018

Lucha por la supervivencia


Agazapada. En silencio. Escondida entre las pocas hierbas que sobreviven en aquella pradera. Todo es yermo. Amarillo. Casi se ha secado la laguna y las lluvias hace varias semanas que no caen. Hay sed, pero la noche también es peligrosa, así que decide ir a beber a plena luz del día. Espera. Calla. Necesita beber, pero el riesgo es real. Hay depredadores cerca. Lo sabe. Tiembla. Mira a los lados pero solo ve rastrojos y sombras. Tiembla de nuevo. Esas sombras que tanto teme. Esas sombras que se llevaron por delante a su pareja y a una cría. Mueve las orejas. Las moscas no la molestan. Trata de escuchar qué raya al viento que no llega limpio. Espera. ¿Qué fue eso? Solo una hoja… ¡Una hoja que alguien ha pisado! Se levanta y sale corriendo en cualquier dirección. Siente el riesgo que se aproxima más rápido que lo que ella puede correr. Corre, corre. Piensa en la cría que aún conserva. No puede dejarla sola porque tan pequeña morirá. Tiene que librarse de aquello y volver con la pequeña. Gira rápidamente. Ve de reojo una zarpa, un león, no, unas manchas ¡Un guepardo! ¡No, que no sea un guepardo! ¡Te ganará en carrera, morirás!. Gira de nuevo, salta un tronco seco. Mira de nuevo, no tiene manchas. Una leona. Una leona. ¡Peligro, las leonas no cazan solas!. Oye un rugido a un lado, ahí viene la segunda. Corre, corre. Corre intentando librarse. Huir de esas fieras. Ahí viene la segunda, gira de nuevo, salta, salta más alto. Todo fue por acercarse a beber agua, pero no podía esperar a la noche. Se lastima, las fuerzas comienzan a flaquear. Ahí en frente ve otra sombra. Ya son tres contra una. Frena, la tiene de frente, la otra a la derecha. ¿La otra? ¿La otra? Una zarpa la tumba de costado. Ahí estaba la otra. Siente otra zarpa en su cuello. Ha sido rápido. No había salida. Está tumbada en la tierra. Siente ahora la dentellada caliente de una leona. ¿Era su boca o era su propia sangre lo que estaba caliente? Siente otra dentellada en el lomo. Las patas traseras aún se mueven. Piensa en su cría. La vista pierde su brillo. Pronto acabará todo. Pronto.

De la tarea: Describir un momento de tensión, de duda, amenaza, dolor, espera... de apenas un minuto, y con cambios de ritmo mostrando el titubeo, los gestos nerviosos, la indecisión... 
Curso de Escritura, nivel básico de la ULE. Imparte: Manuel Cuenya.