Es curioso. Vinieron a León éste pasado fin de semana unos amigos ya, y desconocidos antes de esto, catalanes de Barcelona y Sabadell, de la que si bien fanfarroneaban de ser mayor que mi bien querida ciudad de León, no poseían un Barrio Húmedo, una Catedral, ni un gusto por el vino como esta pequeña y poco industrializada población de un encuadre poco considerado por quienes sucedieron al que dió pantanos a éste lado de la Cordillera Cantábrica.
Corrían aún los recuerdos de la noche anterior en unas mentes que poco habían dormido cuando, cual Pedro García Trapiello en su fantástica obra "Una Ciudad de sotas, caballos y reyes", caminaba descubriendo a éstos áun españoles, la mañana leonesa, y unas calles que guardaban en silencio restos de una festividad habitual en la Plaza San Martín. Incluso la Plaza Mayor recuperaba su Mercado con venta de huevos, legumbres, berzas y cosas de huerta y de pueblo, de los que hay todavía por aquí, pese a esta comitiva cazurra por hacer casas allá donde pastaron vacas anteayer...
Saliendo asombrados de la Pulchra y sus vidrieras, pues el sol daba en lo alto, las doce marcaba una maquinaria golpeando un gran cencerro que en otros lares fuera Quasimodo, y que aquí lamentamos sólo hagan las campanas, pues el oxidado reloj azul, con ¿dorados? querubines en sus esquinas, cuelga de la Torre a la que da nombre, la más estirada, la gótica, amigos, estropeado, confundiendo al viandante, al turista... al relojero suizo que se llevó sus gananciales por poner una AAA.
Caminamos por el Cid, allá por donde Doña Jimena salía y caminaba hacia misa de la Colegiata, así reza el Cantar. Allá entonces era aquello un pedregal (ahora aún lo es) pero aquello era una plaza real. Se alzaba en aquella era, guardada tras la muralla, una iglesia a Juan Bautista, sobre lo que antes era una capilla romana, y se fué al garete cuando el Rey de León Fernando I, obtuvo unas reliquias de parte del rey de la taifa de Sevilla, por que en esa estabamos por el Sur. Así que Al-Mutamid, que más tarde llamaría a la península a los almorávides, los cuales se anexionaron su reino, regaló los restos de San Isidoro de Sevilla o Cartagena a éste nuestro Fernando. Dicen las malas lenguas, y según he leído por ahí, algo como que en 1063 el rey Fernando I guerreó por tierras de la Bética y Badajoz, e hizo tributario suyo al rey taifa de Sevilla. Éste, le hace entrega de las reliquias de Santa Justa, pero cuando la embajada cazurra llega a recogerlas, no las encuentra. Pero dice la leyenda, que una vez en Sevilla, el obispo de León, que era uno de los que fueron a por Santa Justa, tuvo una visión mientras dormía, y así entonces encontraron las reliquias de San Isidoro. Y como no hay mal que por bien no venga, se las tomaron como regalo a éste moro sevillano. Y se dice que ya cerca de León, la embajada se internó en tierras pantanosas, sin que los caballos pudiesen avanzar. Al taparles los ojos a los caballos, por no asustar a los pobres, éstos salieron adelante dirigiéndose hacia la recién construida sobre otra, y otra, o otra... iglesia de los santos Juan y Pelayo. La Basílica de hoy era aquel día prerrománica total, como los aires en que vivía León en aquel tiempo, y por qué no de ahora, pues de aquellas pedradas en Covadonga, sé llegó a ver el mar Atlántico en Oporto, o así reza el mosaico de la estación de tren portuguesa, dando el rey de allí las llaves de la ciudad a nuestro rey... pero eso es más historia, como lo de hacer castillos que luego nos humillaron... pero por no perderme, me retomo diciendo que la Iglesia de la que hablaba sufriría a partir de entonces los aires modernos traidos del Camino de Santiago, que buenamente marcan las conchas en suelo leonés. Unas pinturas que se conservan como Capilla Sixtina y un Calendario agrícola dejan perplejo a quien entra y deja escapar alguna foto, pues si bien Miguel Ángel dejó su sello para bien recordarlo, nadie firmó lo del Panteón Real, y es que en eso, como en todo, ¡los leoneses somos bien cazurros!
Corrían aún los recuerdos de la noche anterior en unas mentes que poco habían dormido cuando, cual Pedro García Trapiello en su fantástica obra "Una Ciudad de sotas, caballos y reyes", caminaba descubriendo a éstos áun españoles, la mañana leonesa, y unas calles que guardaban en silencio restos de una festividad habitual en la Plaza San Martín. Incluso la Plaza Mayor recuperaba su Mercado con venta de huevos, legumbres, berzas y cosas de huerta y de pueblo, de los que hay todavía por aquí, pese a esta comitiva cazurra por hacer casas allá donde pastaron vacas anteayer...
Saliendo asombrados de la Pulchra y sus vidrieras, pues el sol daba en lo alto, las doce marcaba una maquinaria golpeando un gran cencerro que en otros lares fuera Quasimodo, y que aquí lamentamos sólo hagan las campanas, pues el oxidado reloj azul, con ¿dorados? querubines en sus esquinas, cuelga de la Torre a la que da nombre, la más estirada, la gótica, amigos, estropeado, confundiendo al viandante, al turista... al relojero suizo que se llevó sus gananciales por poner una AAA.
Caminamos por el Cid, allá por donde Doña Jimena salía y caminaba hacia misa de la Colegiata, así reza el Cantar. Allá entonces era aquello un pedregal (ahora aún lo es) pero aquello era una plaza real. Se alzaba en aquella era, guardada tras la muralla, una iglesia a Juan Bautista, sobre lo que antes era una capilla romana, y se fué al garete cuando el Rey de León Fernando I, obtuvo unas reliquias de parte del rey de la taifa de Sevilla, por que en esa estabamos por el Sur. Así que Al-Mutamid, que más tarde llamaría a la península a los almorávides, los cuales se anexionaron su reino, regaló los restos de San Isidoro de Sevilla o Cartagena a éste nuestro Fernando. Dicen las malas lenguas, y según he leído por ahí, algo como que en 1063 el rey Fernando I guerreó por tierras de la Bética y Badajoz, e hizo tributario suyo al rey taifa de Sevilla. Éste, le hace entrega de las reliquias de Santa Justa, pero cuando la embajada cazurra llega a recogerlas, no las encuentra. Pero dice la leyenda, que una vez en Sevilla, el obispo de León, que era uno de los que fueron a por Santa Justa, tuvo una visión mientras dormía, y así entonces encontraron las reliquias de San Isidoro. Y como no hay mal que por bien no venga, se las tomaron como regalo a éste moro sevillano. Y se dice que ya cerca de León, la embajada se internó en tierras pantanosas, sin que los caballos pudiesen avanzar. Al taparles los ojos a los caballos, por no asustar a los pobres, éstos salieron adelante dirigiéndose hacia la recién construida sobre otra, y otra, o otra... iglesia de los santos Juan y Pelayo. La Basílica de hoy era aquel día prerrománica total, como los aires en que vivía León en aquel tiempo, y por qué no de ahora, pues de aquellas pedradas en Covadonga, sé llegó a ver el mar Atlántico en Oporto, o así reza el mosaico de la estación de tren portuguesa, dando el rey de allí las llaves de la ciudad a nuestro rey... pero eso es más historia, como lo de hacer castillos que luego nos humillaron... pero por no perderme, me retomo diciendo que la Iglesia de la que hablaba sufriría a partir de entonces los aires modernos traidos del Camino de Santiago, que buenamente marcan las conchas en suelo leonés. Unas pinturas que se conservan como Capilla Sixtina y un Calendario agrícola dejan perplejo a quien entra y deja escapar alguna foto, pues si bien Miguel Ángel dejó su sello para bien recordarlo, nadie firmó lo del Panteón Real, y es que en eso, como en todo, ¡los leoneses somos bien cazurros!
2 comentarios:
Leyendo tu particular forma de entender la historia, contando leyendas y esa picaresca de soltar utilidades sobre lugares más poderosos que el tuyo, dan pie a querer leer más... ¿cuándo otro paseo por León?
Me mata ese comentario tuyo de "lugares más poderosos"... ayyyy... León fué Reino... y otros incluso no fueron más que Condados... y ni siquiera llevaron el nombre del Condado...
En cuanto a lo de otro paseo por León... cuando queramos...
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