Castigué a mi corazón y no sin ser ciego en Granada, sepa usted que es la mayor pena del Mundo, caminé buscando al moro de la canción, ese que vaga llorando por los palacios nazaríes, punto central de la candidatura española a las Nuevas Siete Maravillas, amén de pagar dos euros por voto, y del potencial estadounidense por situar a la Estatua de la Libertad entre éste bendito grupo que bien puede ser finalmente un grupy, los candidatos de África duro lo tendrán... ya veremos… Pero el moro tenía sus doncellas, ya que hablamos de eso, sus muchachas traídas de toda la España Cristiana, de lugares derrotados por la luna y señores que paseaban por allí donde Carlos V iba a situar su palacio para deshonra musulmana. Una mole horizontal, tocha, que afea lo curvo y ondulado modelado… Y así hicimos los cristianos también en el medio de la mezquita de Córdoba, otro de los lugares donde quise estar con ella. ¡Y qué vergüenza, qué cruzada! Y allí, en lo alto de la torre, el imán llamaba a la oración. Atraía a sus polos… Y subía a caballo, pues en la Giralda no hay escaleras, sólo curvas, y fatigas, si, y cansancio, y allí cuando ves Sevilla tienes las piernas medio temblando, y cuando otra vez estás abajo, el dedo gordo del pie se te sale del calcetín… Coges entonces una calesa, de arre caballo y paseo hasta Triana, el pueblo y barrio de nuestro Rodrigo, ese mismo que dijo ¡Tierra! Y no cobró los galones que los Católicos prometieron, pues Colón se adelantó a recibirlos. Y es el almirante quien reposa dentro de la Catedral, o eso se cree, porque si no sabemos si bien era genovés o de un pueblo hispano, cuatro soldados de época pujan una tumba, ataviados con las enseñas de sus reinos, unificados hasta que un político actual quiera desmembrarlo, y uniendo aquello que tanto costó a los leoneses. Y a ese cazurro que puja adelante, junto al castellano, le toqué un pie, y pensé en el pasado, no en la última vez que escribí, sino en tiempos de guerra, de Reconquista. Tarareando el himno de León, de mi tierra, cuán lejos estaba, a la vez que cuán lejos está ella, y cuán diferentes somos…
Brindé entonces con un rebujito, de vino fino y blanco, de aroma jerezano, porque la voladura de pensamientos en éstos cinco días había sido impresionante. ¡Qué rayada!
1 comentario:
¡ole!
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