Los presidentes y jerifaltes bravucones y peloteros de la
ONU se juntaron con sus mejores galas, corbatas de diseño, trajes a medida y
atuendos multicolores, gafas de pasta y monturas al aire, tintes melenudos,
barbas repasadas y discursos leídos. Escoltas y cochazos, vigilantes y
vigilados. Y se juntaron para hablar y arreglar el mundo y la sociedad. Como en
cualquier pueblo, pero a lo bestia. En Río. A la sombra de ese Cristo algo más
grande que el que vigila todo Oviedo, y proyectando sombras y dudas en las
favelas y sus sinónimos planetarios.
Y allí mandamos a nuestro jefe. A nuestro líder. El sesheador
más carismático e imitado de Eshpaña. Ese que trata de calmar a los eshpañoles,
a los mineros, a los de Cristalglass, a los pescadores de la Línea, a los que
hacen cola en las filas de las oficinas del INEM, a los indignados con caretas
de vendetta. A los encerrados, a los manifestantes, a los sindicalistas y a los
mayores que ven peligrar sus pensiones. A los profesores que se quedan en la
calle y a esos que se quedan a las puertas. O a aquellos otros que ni tienen la
oportunidad de serlo. A los universitarios que ven subir sus tasas, a los otros
que pronto tendrán que pagarlas. A los padres a los que ha recortado las ayudas
por nacimiento de sus hijos. A los periodistas a los que trata de controlar
indirectamente, a ti y a mí, que de alguna manera u otra nos toca. Seguro, algo
nos toca. ¡Ah, y a los antitaurinos! Oooooole, ¡esa es mi España!
Y como si fuese Rock in Río, allí se presentó al siguiente
cantante. Allí debía de haber subido el Presidente o Primer Ministro de las
Islas Salomón. Esperábamos, al menos yo, a un tipo gordito, bajito, negro,
negro, y más oscuro todavía y con alguna ropita colorida. Lo de llevar una
caipirinha con pajita y sombrillita ya era en mis sueños. Pero no. Allí apareció
el nuestro. Surcando el estrado seguro de sí mismo: el nuestro. Quizás sin
haber escuchado a quién presentaban. Quizás habiéndolo escuchado pero sin
haberlo entendido. Los idiomas, Mariano. Los idiomas. Y va el nuestro, coloca
sus papeles y allí empezó a parlotear. En español, por supuesto, viva España, y
olé. Que para eso se llevan traductores en las orejas. Ole, ole y ole. Lo hay
en nuestra propia España para entender a catalanes y vascos, ¿cómo no va a
haberlos en estos saraos? ¿Y por qué va a hablarse en inglés? ¿Y por qué no en
portugués, que son nuestros vecinos y aquella fiestuqui era en Brasil?
Si se entendió... No lo sé. Si le entendieron… es otra cosa.
Pero al terminar pidieron disculpas por esa presentación errónea. ¿Realmente
debió subir el de Islas Salomón? ¿O se coló Mariano sin entender? ¿Debió pedir
disculpas la organización? ¿O debió pedirlas Mariano por colarse y subir cuando
nadie le llamaba? Y de hacerlo, ¿en español o en inglés? ¿O en pidgin
salomónico?
Ya nos deleitó aquello que le dijo a Obama, de que estudiaba
inglés con sus hijas. ¡Bravo, bien, tenemos un Presidente estudiando idiomas!
Pero para ser presidente de un país como el nuestro ¿no sería necesario saber
inglés y acreditarlo como tú o como yo? A mí me piden el First y el Proficiency
para algunos trabajos... Y si no, no tengo acceso… ¡Carayo, tú, que entonces
intentaré ser Presidente de España, que ahí no me lo piden! O ya mejor,
Presidente de Islas Salomón, que al menos mi país crecerá al 5,7% y aunque sea
Salomón, no tendré mineros cabreados…
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