La Unión Europea celebra su Premio Nobel de la Paz indicando que todo se lo deben al Euro.
Ay ay ay señores míos, lomos embuchados en cinturones de cueros caros. Hombretones trajeados, amantes de amplias degustaciones y festines por doquier. Mujeronas de trajes merkelianos con laca radioactiva. Vosotros marcáis el rumbo de Europa. Os sentáis en cómodos sillones a defender y proteger a saber qué leyes y dónde, si quiera, dudo, conociendo que en alguna aldea eslovaka se verán más afectados por eso que ustedes votan, que aquel su trasero acomodado en el escaño bruselense.
Que el campesino eslovako, con un pitillo en la boca, tendrá que abandonar el campo porque el Euro habrá incrementado los costes del cultivo, y así no hay forma de mantener a la familia. Que el otro a quien compraba el gasóleo del viejo verde John Deere, se queda sin comprador, y habrá de cerrar con precios cada vez más encarecidos. Que juntos emigrarán de su país para llegar a Austria, y allí habrán de mendigar y aceptar cualquier trabajo. Que allí serán mal vistos, que no estarán integrados, que tendrán mil trabas con papeles y garantías sociales…
La sanidad austríaca no dará cobijo a éstos inmigrantes, y asumirán las quejas y disputas por que se reconozca su derecho a un doctor. Que los dos inmigrantes pactarán con otros tantos, y se alzarán enfrente de cualquier fachada pública por un bocado que llevarse a la boca. Por un trabajo que los de vida. Al fin y al cabo también son europeos. ¿Por qué no son bien vistos?
La policía cargará contra los pobres. Se abrirá una batalla en el corazón de Europa. En la misma Viena. Y esto es sólo un ejemplo. ¿Paz?
Hoy me pregunto yo si el Euro habrá sido suficiente razón mundial como para recibir un Premio como el Nobel. O el Nobel sólo habrá sido aquel cigarro que fumaba el campesino eslovako trabajando aquellas tierras. Tú mira cómo estamos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario