Un fin de semana. Sólo es uno al año: no hace daño. En un fin de semana se desarrollan las fiestas de Jesuitas. Del colegio que me enseñó y me enseña a vivir. Primero viendo todo como un alumno. Cogiendo manías a unos, y a otros, que a la postre acaban siendo mis compañeros, mis amigos (cosas de niños). Haciendo enrrabietar y hartándo a los que poco a poco van llegando a la jubilación... En el fondo les quiero. Ellos me enseñaron sobre todo a esforzarse por llegar a un fin. Ahora soy yo quien intenta educar de esa forma. No tengo que esperar que alguien me indique dónde está ésto, o lo otro. Yo sé dónde está todo. Los escondrijos, los lugares donde los alumnos intentan preparar alguna fechoría... antes lo hice yo... De eso, me las se casi todas...
Ahora, viendo las fiestas desde dentro, allá metido en la barraca te das cuenta de que quieres que acabe la verbena, de que las horas pasan escuchando una pepsi, un bocata de chorizo, una caña...
Sólo recuerdo ahora de estar fuera del bar en el partido de fútbol contra los padres, benditos sean mis dos goles pese a la derrota, y el club de la comedia, algo de lo que me siento felíz y contento, pues fué de lo mejor y la gente salió riendo y recordando cuantas tonterías dijimos los cinco alumnos y yo... bendito presentador...
Ahora sólo queda dar un salto y dejar el patio para entrar en clase, que quien tenga que decidir decida y no sólo busque un papel que pueda llegar en breve tiempo, y que por servicio, implicación, deseo, historial, buen hacer y sobre todo, corazón, no sea.
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