Una fabada te dejó pletórico. Augurabas una buena tarde y no hiciste más que llegar a la playa, tumbarte sin que la crema hubiese empezado a penetrar pese a los meneos de tu madre, y ya estabas dormido. Habías estado de fiesta. Claro que si, se te veía en la cara. Una de esas despedidas que tanto odias pero que son inevitables en éste pueblo cazurro. Todos emigran a la capital o a otros países. Ahora marchaba Ainoa. Saliste con la gente de AEGEE, esa gente encargada de los Erasmus en León, y si, pronto cogisteis ritmo en los bares de tapas. Ya se sabe, en León, un corto y una tapa. Otro corto y otra tapa. Unos cuantos más, piripi y cenado, pero piripi, no lo dudes. Ella era vegetariana, con lo cual canjeó aquellas tapas de jamón por un tequila. Venga, que hay bote. Y otros tomaron margaritas y algo como petit suise desechos en vasos de chupitos… Un asco que pensaste no subiría, pero allá unos minutejos y vacilabas con alguna moza en la Plaza del Conde Luna. En la siguiente parada, los cortos y chupitos pasaron a ser cachis, de abundante no se qué que te torturaba como “perderte” a Shakira. Luego al agobio de la multitud. A una marabunta de extranjeros, saltando, botando con cada canción, tomándote una copa con dos amigos, y por no ser agarrados, corrió la ronda. A cada trago pensaste que no podías más, pero si que podías. Algunas se te acercaron, mira que sabe la gente lo tuyo en Grecia, pero estas nuevas se acercaban pidiendo marcha, y al decir que estabas ocupado por una helena, buscaron alrededor a ver si la veían, y al comprender que no estaba, más se acercaron, pero con un gesto, niño, con un guiño sujetando la copaza, señalaste el corazón y susurraste “Ella está aquí”. Eso te vale una sonrisa. Un te quiero que cuando veas canjearás, pero que ahora de momento, te sirve para sonreír y ser felíz.
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