Envejecido.
Bajé de la bici y miré más arriba de la calle, curioso. La gente se agolpaba y en medio de entreveía una calle por la que seguro iba a pasar algo.
Viejo, muy viejo.
Los últimos y recién llegados empujaban a los de delante y así un par de filas más hasta llegar a unas manos y unas vallas que delimitaban el paso más adelante. Cierto. Había una calle en medio y más allá lo de aquí a la viceversa. Vallas con manos, cuerpos, gente y cabezas.
Tenía manchas en la cara.
Candé mi bici en una farola y fui uno más del tumulto y los de enfrente me denominarían “cabeza”. ¡Qué bueno!.
Estaba más encorvado.
A gritos de “ya viene”, o “ya era hora” y tras dejar pasar un par de minutos sin que nadie más que un policía pasase por el medio de ambos bandos pregunté impaciente “perdón, ¿a quién espera?”
Un instante bastó para hundirme…
“Al Santo Padre”.
… profundamente.
Mi cara debió mostrar sorpresa por el gesto de aquel otro joven. Sin duda debí mostrarla. Pensaba en ver pasar algún famoso actor, o al mismo Presidente. O acaso algún famoso de los que salen en las secciones de Cultura. Pero ¿el Papa? ¿Qué hacía el Papa en mi ciudad?
Pobre…
En medio de la crisis el Santo Padre llegando a mi ciudad y causando tumulto. El mismísimo Papa en mi León. No podía creerlo. Y me quedé a esperarlo.
¡Qué poco le queda!
Al rato sí que empezó el movimiento. Más polis y varios coches de policía. Llegaba el griterío desde lo lejos y se acercaba como hacen en el fútbol con la “ola”. De pronto me encaramé sobre el hombre que tenía delante y vi llegar algo blanco. Era una cabina telefónica… Ahora vi: ¡El Papamóvil! ¡El Papamóvil en mi ciudad, por mis calles! ¡Ya venía! Otro detrás de mí me puso sus manos en mis hombros y creo que así estábamos todos, como una cadena. ¡Ya estaba aquí el Papamóvil, el Papamóvil, el Papamóvil! y allí, dentro, ¡el Papa! Justo enfrente, saludando, pequeñito, todo de blanco. Allí se iba, se iba. Se… fue.
Hagan juego señores.
La gente aplaudía, otros lloraban. Lamentos, risas. Nerviosismo lanzado al aire. Habían visto al Papa, ese que tanto sale por la tele ahora por delante de nuestras narices.
¿Quién es el siguiente?
Volví a por la bici, pero allí estaba el candado, abierto. Ni rastro de la bici. Miré agitado alrededor, entre tanto tumulto y no vi más que gente. Subí a la farola y nada, no había nada. Me contuve de gritar y maldije a quien la había robado. Me debí mostrar abatido porque una mujer pequeña se acercó y me preguntó qué pasaba. “Me han robado la bici mientras veía pasar al Papa”. Ella mostró una sonrisa y me indicó que “Dios así lo quiso. Es una señal”.
Seguro que el cura de mi parroquia no.
De camino a casa sólo, triste y pensativo pensé en el festín que estaría dándose ahora el Papa con los altos cargos del Gobierno y la ciudad, ajenos todos a mi desgracia. Ropa limpia, llevado en volandas y aclamado por la gente. Por lo pronto pensé en mí, pero si el Papa, tan cercano era ajeno a mi desgracia, ¿cómo iba a enterarse de la desgracia de tantos pobres, necesitados y creyentes en el Mundo? Me di cuenta de que el Papa vive en una burbuja, y apenas conoce la realidad. Tan sólo lo que le dicen. Tan sólo lo que escucha… ¡Qué mierda de jerarquía! Los grandes son los que cuidan a los enfermos, quienes ayudan a los desfavorecidos, los que viven el día a día y se relacionan con los bajos fondos, esos que entran en una ONG, que mueven hermandades, que hacen algo y se ve. Esos que no escriben libros y que llevan la túnica, camiseta, o jersey manchados. Esas que cuidan de ancianos, que ayudan a otras familias…
¡Qué mierda de jerarquía!
Al día siguiente recordaba sólo que vi al Papa envejecido, muy viejo. Tenía manchas en la cara y estaba más encorvado. Un instante bastó para hundirme profundamente. Pobre. ¡Qué poco le queda! Hagan juego señores, ¿quién es el siguiente? Seguro que el cura de mi parroquia no. ¡Qué mierda de jerarquía!
Puedes ver este artículo y los demás en mi sección del digital CRÓNICAS DE MI BARRIO.
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