Me acuerdo de ver, cuando era pequeño, anuncios sobre Europa. El himno de la alegría y un hombrecillo, tipo los anuncios de Red Bull te da alas, saltando vallas. Luego se quitaban y se juntaban todos saliendo la bandera de estrellitas. ¡Qué bonito! ¡Qué ilusión aquellas noches de Eurovisión, aquella sintonía que te acercaba a esos países lejanos y caros a los que te llevaba una Iberia cara y sólo apta para ricos.
Con el tiempo entramos en Europa, se facilitaba cruzar fronteras. Llegaban las low cost y los pobres pudimos viajar. Aduanas vacías, rotondas bajo aquellos arcos, tejados, casetas militares… Siempre pensé que podrían cruzarse los países por el monte, por donde no hubiera caminos, pero no tendrías el sello de haber entrado. Eras entonces, ilegal.
Con Europa se quitaba ese sello. Adiós pasaporte. Pero aún quedaba unificar la moneda.
Las oficinas de cambio con sus banderitas en otros idiomas iban desapareciendo. Venía el Euro, antes Ecu. Mi primer café pagado sin pesetas y en mi propia ciudad fue un hito que me abría el camino a Europa. ¡Con estas monedas no tendría fronteras!
Viajé por Europa, pagué en euros unas pizzas en Nápoles, las entradas a la Acrópolis en Atenas y la subida al castillo entre dragones para ver todo Ljubljana. Las semillas de tulipán para mi abuela en Amsterdam, los billetes de tren y go-pass en Bélgica, la francesinha en aquel bar lisboeta donde cantaban fados, la Ópera de Viena y el castillo de Bratislava. Pero aún había límites. Sí, no había euros en todas partes… Pagué en levas para asombrarme de la catedral de Alexander Levski, liras para entrar descalzo en Santa Sofía, dinares para el albergue de Skopje, libras en Westminster y dinares serbios en el tren de Belgrado a Novi Sad. Coronas danesas para beber una cerveza en la fábrica de Carlsberg y coronas checas por unas enormes albóndigas knedlíky. Kunas para la bufanda ajedrezada croata, florines para entrar en la Sinagoga judía de Budapest y zlotis para un zapiekanka antes de llorar en Auswitch…
Unir tantos criterios bajo una misma bandera es difícil, lo sé. En mis paseos por Europa descubrí y descubro otros mundos y costumbres sumergiéndome en sus ideas y tradiciones que no hacen más que engrandecer el sentimiento de gran pasado, grandes historias e inolvidables leyendas.
Ahora estábamos caminando poco a poco y quitando esas vallas del anuncio, queriendo todos unirse y pagar con la misma moneda. Pero los políticos y enchufados de empresas y bancos parecen destruirlo con sus decisiones. La gente vota o a otros les botan y lo conseguido parece diluirse con la decisión tomada en una oficina de Bruselas, de Berlín, de París… De Madrid.
Con la Reforma y planes actuales se toca el derecho a la libre circulación y residencia de los ciudadanos de otros Estados miembros de la Unión Europea. Y personalmente me afecta porque yo soy europeo. Y personalmente me quejo porque afecta a mis amigos. Pocos lo saben, pero es que a partir de ahora, y a penas lo dicen los medios, esos ciudadanos de fuera de España sólo tendrán derecho a la residencia en nuestro país por períodos superiores a tres meses si:
Son trabajadores por cuenta ajena o por cuenta propia en España.
Si disponen para sí y para los miembros de su familia, de recursos suficientes para no convertirse en una carga para la asistencia social en España durante su período de estancia en nuestro país, así como de un seguro de enfermedad que cubra todos los riesgos.
Y la tercera, si el extranjero está matriculado en un centro público o privado, reconocido o financiado por la administración educativa competente con la finalidad principal de cursar estudios. Además, tiene que disponer de un seguro de enfermedad y garantizar a la autoridad nacional competente, mediante una declaración o por cualquier otro medio equivalente, que posee recursos suficientes para sí mismo y para los miembros de su familia para no convertirse, a fin de cuentas, en una carga para la asistencia social del gran Estado Español que se está desmoronando y reconstruyendo como no nos gusta ni a los estudiantes, ni a los jubilados, ni a los desempleados, ni a los empleados, ni a los enfermos, ni a los extranjeros, ni a los perroflautas, ni a los sindicatos, ni a Mourinho, ni a nadie, no, no, a nadie… ni siquiera al Rey que tiene que pedir perdón por sus actos. ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿En qué?
No hay comentarios:
Publicar un comentario