Anda Francisco loco por el fútbol, como siempre. Eso y la pesca, puf, más que cualquier cosa. Estos días corre, cruza sin mirar, apenas posa la cacha allá donde siempre la posaba. Encasqueta la boina y chupa hasta sacar lo máximo de un palillo que antes era filtro y algo antes un bisonte o un puro de los de antaño, de esos que sólo quedan en el palco del Bernabeu. Allí vio goles y finales, Copas de Europa y otras tantas de Ferias. Francisco era un señor, llevaba un don ante su nombre. Era un grande conocido de la capital.
Aunque, y esto hay que decirlo, Francisco siempre tiró a su tierra y a los tiempos mozos en Galicia, allá en la costa cuando la Voz escribía los goles de su Rácing, o a la vecina Asturias, cuando quiso casarse allí donde empezaba la cristiandad. ¡Qué religioso este viejete!.
Paco es hombre serio. Dejó a los perros ya en casa a sabiendas que la tarde olía a fútbol, y que lo que habría de ser un paseo en hora de siesta, por encontrarse menos coches, podría dar con unas tapas y unas charlas con los mozos de la zona.
Paquillo es un aficionado de los de siempre. Mandaba en sus días, y cuenta sus batallas en los 15 minutos del descanso, pero los chavales hoy andan más finos con las pipas y el final de Lost que con medios filandones de un cascarrabias. Pierde su Madrid y apenas duerme. Gana el Barcelona, y le cuesta una pastilla extra de alguna medicina hecha en España...
Aborrece la política, uh, el anciano la odia, si. Odia a Zapatero y a todos los de León por el mero hecho de serlo. Engaña y confabula en las partidas de cartas contra gente sin recordar apenas su nombre, llamando “este de aquí”, “el otro de allá”; y el pobre no se entera que la mitad de los que dice se fueron antes del Mundial de Fútbol que hizo España.
Este hombre, o lo poco que queda de él, anima, elogia y piensa cada día, cada momento, cada minuto, cada segundo, en la roja. ¡Quién lo hubiese dicho!
Aunque, y esto hay que decirlo, Francisco siempre tiró a su tierra y a los tiempos mozos en Galicia, allá en la costa cuando la Voz escribía los goles de su Rácing, o a la vecina Asturias, cuando quiso casarse allí donde empezaba la cristiandad. ¡Qué religioso este viejete!.
Paco es hombre serio. Dejó a los perros ya en casa a sabiendas que la tarde olía a fútbol, y que lo que habría de ser un paseo en hora de siesta, por encontrarse menos coches, podría dar con unas tapas y unas charlas con los mozos de la zona.
Paquillo es un aficionado de los de siempre. Mandaba en sus días, y cuenta sus batallas en los 15 minutos del descanso, pero los chavales hoy andan más finos con las pipas y el final de Lost que con medios filandones de un cascarrabias. Pierde su Madrid y apenas duerme. Gana el Barcelona, y le cuesta una pastilla extra de alguna medicina hecha en España...
Aborrece la política, uh, el anciano la odia, si. Odia a Zapatero y a todos los de León por el mero hecho de serlo. Engaña y confabula en las partidas de cartas contra gente sin recordar apenas su nombre, llamando “este de aquí”, “el otro de allá”; y el pobre no se entera que la mitad de los que dice se fueron antes del Mundial de Fútbol que hizo España.
Este hombre, o lo poco que queda de él, anima, elogia y piensa cada día, cada momento, cada minuto, cada segundo, en la roja. ¡Quién lo hubiese dicho!
1 comentario:
Óscar, me encanta el final!
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