miércoles, 14 de marzo de 2007

El soldado del dado

Hubo suertes como la que hoy faltóme. Hubo gente que buscaba fortuna en sus fazañas, costumbres del populacho por hacerse un hueco en la vida, o en su León. Y así cuentan que Alatriste, el más famoso de los capitanes de Flandes si hubo de ser de algún sitio, hubo de ser de León.

No es por ser azarosa la vida del que vive del cuento, ni gustosa la práctica del juego y del beber, y por ello recuerdan estas calles, que estando cierto capitán, que no el citado, pero famoso allá donde Diego el sevillano, más usado su Velázquez de mamá, pintó la rendición de una batalla que si bien no fué más que una victoria en un panel de abejas holandesas, de donde España salía más picada que victoriosa, no tuvo que ser Breda la idea de una victoria ejemplar, ya que sólo es recordada por el cuadro que os digo. Y aunque allí estaba Alatriste, tras el tumulto y el escorzo del caballo, me refiero aquí a otro leonés que pisó tierra de Flandes, que estando de juerga con sus compadres, en la calle de la Bodega Vieja, que hoy dicen Mariano Dominguez Berrueta, en éste mi León, caminando de la Catedral hacia abajo hasta la Plaza Mayor, se jugaba todos sus ducados y todos sus gananciales en tan citada guerra. Y dicen que perdió allí más que su fortuna, y pese a los intentos de sus amigos por apartarlo del juego, el necio soldado, borracho y pretencioso de recuperar lo ya perdido, cayó en derrota (aquí sí) y salió por la puerta sin más cargamento en sus bolsos que un par de dados. Y fué así como cuentan, que estando caminando sin rumbo, paró ante la estatua de la Vírgen y en Niño, justo en la puerta Norte de nuestra bella catedral. Y parándose frente a ellos, lanzó los dados contra la cabeza del Niño con tanta violencia, que dicen que de la cabeza empezó a manar sangre, y atónito y borracho, vertiendo escalofríos por todo su cuerpo, el soldado quedó arrodillado pidiendo perdón y súplica ante tal milagro. De hecho por la mañana, dicen que aún seguía postrado en el suelo, junto a los dados... y los que allí lo encontraron, lo vieron levantarse llorando, y marchar corriendo, perdiéndose por las calles de la antigua ciudad romana...

Dias más tarde, allá en las afueras, en el convento franciscano, alguien contó lo sucedido, y tras pedir clemencia y compasión, se adentró en los muros de la congregación para no salir nunca más. Y así dicen que fué su vida, y que franciscano murió el caballero de Flandes. Allá entonces, el cabildo de la Catedral, sabiendo que el pueblo empezaba a llamar Vírgen del Dado a su figura, decidieron guardarla en su interior, siendo ahora la que está, fuera, una copia sin sangre, una imitación de otra que se hizo un nombre, ahí está, con suerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahí tienes otra leyenda de mi tierra...