sábado, 7 de julio de 2007

El mago Merlín

Era Merlín el Encantador el mago de los cuentos de Disney, el más mágico, el más poderoso. Eran tiempos atrás, cuando aún no había aparecido el genio. Salvador también llamaba así a su casa: “Villa Merlín”. Suya fue la parte baja y superior la de los míos, ambas del “Restaurante el Chicho” para la celebración familiar el día en que su Javi comulgaba... Andrés, el pequeño, ese día fue bautizado, y el mayor está ahora en los créditos de una exitosa serie de televisión. Toda la vida dándole a las letras, para allí, para aquí, luchando por lo que su madre tanto trabajó, y viéndose así reconocido y dedicando su premio de una silla entre los grandes, a ella. Letras y más letras que su mujer, siempre dulce y atenta a mis llamadas por sacar a su gigante “mediano” a tomar el aire y no “secásele el caletre” de tanto libro, recibía y atendía. Es esta familia un grupo compacto, atendiendo a la desdicha de mi amigo, que castigó al padre con las ciencias, pero que lo regaló no ha mucho una gran nota en su proyecto de carrera superior. Un padre que nos recogió varias veces de la fiesta, que atendió mis visitas y me dejaba asombrado más y más cada vez que pisaba su alfombra de salón de Villaobispo. Unas estanterías enfrente de un piano que bien me gustarían. Libros y documentos, archivos y apuntes almacenados en las paredes. Un retrato. Mucha letra en esa casa, y una tarde, una película con Puente y una frase "Y yo también"... abandonó las regueras de Villaobispo, subidas del Torío inclusive, ahora mudada a Carvajal de la Legua, aquella que jamás pisó el gato, sino la séptima. En clase de Literatura decía Celina Marote, “Don Salvador”, y todos reíamos, y bromeábamos con un mozo rojo de vergüenza, que no buscaba más que ocultarse en el libro y llegar pronto a casa, tratando de pasar desapercibido y cambiando temas para no seguir con cachondeos. Ahora no los hay. Sólo hay o debe de haber elogios. Alarcos lo tuvo de alumno, e incluso yo tuve que estudiar algo sobre ese hombre que llevaba viendo toda mi vida. Unas sintaxis que no encajaban en las llaves del colegio. Algo complejo que nunca llegué a entender, pero sí lo básico como para aprobarlo, y recordar, por ser quien era, una publicación en la Universidad de Oviedo del año 81. No recuerdo el título, no me preguntes, pero recuerdo la pajilla. Y si hace un año y medio no lo consiguió, ahora fue su oportunidad, además ocupando el sillón “S”, estaba predestinado: “Salvador”. Ahí tuvo sus ideas Marías, el vecino de Pérez Reverte, que lo hizo alusión en un texto, bendita coincidencia, que tuvimos que analizar en un sueño: Jesuitas. “No hace mucho tiempo decía mi vecino Marías…”
Atiende a serio, impone respeto, y su barba, ya presente en el vídeo casero del día feliz de la celebración de su Javier por ser más católico, (año 91) se asemeja a la de un sabio, a la de un grande de las letras, a la de esos que tienen un busto, a la de alguien que tendrá una calle. Lo sé Javi, lo sé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno chaval. Me gusta tu elegancia de escritura. ¡Te agrego para leerte!