lunes, 21 de abril de 2008

Por Flandes...

Por Bélgica estuve en las últimas calendas. Un viaje de más de diez días que me llevaron a aquellas tierras del cómic, en las que tanto hispano cayó rendido. Un intercambio cultural, europeo, ya se sabe, la moda, lo que se lleva, de eso de hablar inglés y añadir experiencia al currículo. Cosas del Youth Programme.

Pero siete días, siete: de curso, de actividades, de convivencia con polacos, chavales de la tierra del gran Wojtyla, otros de la tierra de los filósofos, (los guerreros eran de Esparta según Leonidas), y otras de la tierra, todas féminas, organizadas, totalmente belgas. ¿Mis compañeros? Españoles y una a medias, hispano parlantes costosos de entender y hablar inglés, pero todos atrevidos. Como siempre, la fiesta era nuestra.
La ruta había empezado previamente, acercándonos a ciudades fuera de programa, sumergiéndonos en historia puramente, y con go-pass de ferrocarril para desplazarnos.

Gante la primera, ciudad que vio nacer al gran Carlos I, V para Alemania. Hermosa, diferente. Con rincones y paseos, los canales, catedrales… el castillo, el tranvía… Amigos recién conocidos (bendito AEGEE, y en ésta AEGEE-Gent) nos alojaron en su casa, una típica de Flandes, de esas estrechas, de varios pisos y fachada triangular. Unas fotos aquí el último día, que sobró y decidimos volver, donde el Duque de Alba ahorcaba a los rebeldes, a los protestantes… orden de Felipe II, que odiaba la tierra que amaba su padre. Normal, prefería El Escorial y él no era flamenco. Con Maarten llegamos a Brujas, Venecia del Norte, la ciudad de los cuentos, de calles empedradas, de inspiración a novelistas y cuentistas, Patrimonio de la Humanidad… Como si Hansel y Gretel correteasen cerca. Amberes fue diferente, más ciudad, menos sueño. Sólo los diamantes y los rabinos me acercaban a una ciudad diferente a las de mi España. Una plaza mayor con el romano aquel que cortó la mano al gigante para no pagar por cruzar el canal, un escudo de castilla, y si, con mi León en lo más alto en Bélgica. Mirando al felino rojo me sentía más cerca de casa.En Leuven empezaría nuestro programa legal, aquel motivo por el que viajamos hasta allí. Una ciudad de universitarios, con bares tipo Cantus, de hermandades de “Canteros” y jolgorio al sol. Comida a las 12:00. Cena a las 18:30. Rugir de tripas a las 0:00: kebab. Luego Bruselas, allá donde las coles. Capital de Europa, con grandes edificios, empresarios, maletines y trajes por doquier. Por supuesto, visita al Comité de las Regiones, al niño y niña meones, Palacio Real y la sede oficial de nuestra Asociación: la casa del terror, en la Rue Nestor de Tiere, número 15. Más tarde a Namur, capital de la Valonia, gabacha y diferente, de cisnes en las aguas, patos y ocas por las calles... Un mundo tranquilo, sin prisa, relajado, familiar…
Bici, avión, coche, tren, bus y tranvía en menos de quince días. Paintball, supervivencia en montaña, arneses y cuerdas, arrastrarnos bajo tierra, cánticos con cervezas, Hoegaarden, Cara Pills, presentaciones sobre nuestras regiones, dialectos y lenguas en nuestros países, fiesta, bailes, rumbas y chiki chiki, parrilla, poco móvil, no Internet y aire puro. Lluvia sin paraguas, una cámara de fotos y un viaje que nunca olvidaré.

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