martes, 30 de septiembre de 2008

A Coruña

Quería escribirte una carta graciosa, curiosa a mi entender. Ya había decidido qué decir y qué dejaros escrito, a ti, a la prima Verónica, al tío Juan, a José María, y a la familia de Barcelona y Valencia… ¡ay este Vicente, mira que ir tan lejos con las oportunidades que hay aquí en el pueblo! Y quería escribiros, hombre, ¡pero no encontraba papel!

Ahí en la cocina de leña tenía unos periódicos y unas revistas. Me enteré así que había muerto Paquirri, qué pena… pobre Isabel… ya viuda y tan joven… ¡mira que nada más se volvió a oír de ella, eh!… pobre… y vaya año… ya sabes que después fue lo del huracán Hortensia… ¡vaya miedo pasé!

Y bueno, te cuento, que seguí buscando y así encontré un cuaderno de los del rapaz, que debió dejar olvidado hace siete veranos cuando estuvisteis la última vez en casa… mira a ver no le haga falta, que pone catequesis para la primera comunión.

También había un bolígrafo, pero no pintaba… Lo puse bajo el grifo pa limpiarlo, porque vaya cómo estaba, y nada… ¿qué se yo…?

Cogí un lapicero que tenía en la cómoda del teléfono y lo afilé con la navaja, pero me corté y lo tiré de rabia a la lumbre… Ya sabes que tengo muy mal carácter cuando me corto…

Ya no sabía cómo escribirte… Había del niño unas pinturas, ¡pero recordé el corte y también fueron a la lumbre! Dile que lo siento, que ya te daré dinero para que le compres otras, el pobre, no sea que quiera pintar y no pueda… Ya sabes que tengo todo el dinero dentro de la funda del colchón y en el marco de las puertas de la salita y de la cocina… Yo lo digo, que nunca se sabe si viene la guerra hoy o mañana, y hay que estar preparados, que a éstos franceses cualquier día los da por cortar la frontera, tirarnos las legumbres y las frutas y quemar los coches. Con lo majos que son los portugueses, Virginia. ¿Cómo se llamaba aquel que venía vendiendo toallas? Juao, Jiao, Joao, eso, Joao. ¡Qué cosa tan pequeña y qué majo eh! Ya lo decía tu prima Rebeca la del italiano. Otra, ¡que no hay mozos prestos y hermosos en el valle que se tuvo que enamorar del primo de AlBano! Ay la vida, dónde vamos a parar con lo bien que se está en el valle, ¡y lo difícil que es ir fuera de España!

Subí arriba, al dormitorio, como te decía, y busqué en la libreta el teléfono pa llamarte, pero, o no lo apunté bien, o la señorita operadora me engañó y dijo que no existía el número… ¡qué mentira Virginia, no me quería poner contigo!

No sabía qué hacer Virginia, no sabía. Llamé otra vez y otra vez, así como te cuento, y la puse a bajar de un burro, y va y me cuelga! ¡No me respondía más que lo mismo, Virginia! Esperé a que llegase la tarde para ver si había otra chica trabajando en la centralita, ¡pero ahí que cuando llamé era la misma, hija! Ay la madre que la pasó el puerto, que no debe de descansar y tiene la jornada entera y no como me dijiste una vez de ocho horas…

Me puse las madreñas, si, si, una bufanda al cuello y los calcetines que me dio el pastor, aquellos tan bonitos que te enseñé, así que fui a casa del vecino, a ver si me dejaba una llamada, y ya sabes tú cómo es el Tío Carlos, que me dejó llamar, si, ¡pero la señora del teléfono también estaba en su teléfono! ¡Ay qué disgusto Virginia, qué disgusto! ¡Porque yo quería escribirte, eh!

Pasaron dos días y casi no había dormido pensando en cómo localizarte. Pero atiende, que te cuento, que vino el pescadero, ya sabes que le cambio fruta y pescado por chorizos de la matanza, que a ver si te doy, que ya están bien ahumaos y yo no los como… Viene un día a la semana y tiene un teléfono de esos sin cable y sin ruleta pa llamar. Qué adelantos, no sé donde vamos a parar... dice el tío Carlos que el coche que trae, que tiene detrás una gran despensa, se enchufa con gasóleo, en vez de gasolina, qué risa, Virginia, gasóleo dice el tío… Ay qué vocabulario tiene el tío Carlos, no sabe decir gasolina… y a la vez te diré que se está quedando sin pelo y le dijo el pescadero que había unas gotas para echarse… pero el otro desconfía y dice que le irritan el caletre, y por si acaso y pa espantar las meigas se pone la boina y punto. Yo le digo que así espanta a las mozas, pero cuenta que irá un día a la tele, a la uno, a ese programa de juventud de la Bola de Cristal, y que se va a ligar a la Alaska, ¡que vaya delgada que está! ¡Qué moza! Aunque la que veo más de casa, más señora es la Conchita Velasco. ¡Ahora que ya hay color en la tele da gusto verla! A ver si llegan más canales, que me da asco poner la tele, y hace que no la pongo… uhhh, o más… que sólo veo la Uno. Ya sabes que la Dos la tengo estropeada por la antena. Aunque bueno, el tío Carlos tiene mando a discreción, y cambia la televisión desde el sofá. Normal que está echando barriga… A mi no me gustan esas historias de hoy en día, ya sabes, pero date que me marcó, te decía de lo de llamarte, el número que le dije pa que llamase de desde ese teléfono sin cable y me dijo que había que poner un prefijo. ¡Anda! ¡Cómo si estuvieras fuera de España Virginia, tres cifras antes de tu número! No daba crédito hija, no daba crédito.

Subí hasta el pueblo de la estación, esa misma mañana, Virginia, subí a coger el tren hasta La Coruña. Y mira que está olvidada ésta estación, y ya somos pobres, que debió caerse la ele de “La” y aún no la han puesto, ya sabes, los de Renfe, que son así. A Coruña, qué cosas. Pero ay mi sorpresa Virginia, ¡que han cambiado las monedas! Ya no tienen las rubias con la cara de Franco! ¡No me cogían el dinero, ni los billetes de 100 pesetas! ¡ ni los de 100 pesetas Virginia! Y no sólo ahí, que me dijeron que en toda España se usaban loros o ebros, o algo así. Los céntimos si, se llaman igual, pero me los enseñó el jefe de la estación y no eran como los míos. ¿Qué mundo es éste? ¿En qué país vivimos? Me dijo que no valían. ¡Ay qué desgracia Virginia, que tengo el colchón y los marcos de las puertas llenos de dinero! ¿Cómo no me dijiste nada antes? ¡Ay qué desgracia, hija! ¿Qué voy a hacer ahora?

Lo mejor será ir a verte hasta Coruña a los comienzos de Noviembre, que luego hay que hacer la matanza y así encaramos el Invierno y las nieves que caigan bien… ¡Ay qué desgracia! ¡que apenas he dormido desde entonces! Quiero que me cuentes qué más cosas han cambiado, y cómo va España, porque visto que todo cambia, tampoco estará Fraga, ¿no?

Ay qué susto tengo en el cuerpo mi Virginia. ¡Menos mal que tengo Internet y puedo escribirte este mensaje, si no, no sé cómo te habría localizado!

Un beso.

¡Qué semana Virginia, qué semana!

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