viernes, 1 de julio de 2011

El que sigue siempre y el que no

Abraracurcix siempre subido en el escudo y portado por un alto al hombro y un bajo sobre la cabeza daba aspecto de jefe serio y respetable, imponente, diría, cuando salía a recibir al vallado a aquel que se acercaba y buscaba cobijo en tierras galas. Venían en ruta hasta Lutecia, y dejaban unas monedas al herrero, al pescadero… A menudo se reía de los de Laudanum, batalleaba con los de Petibonum… Su alter ego ascendía hasta la diestra de Tutatis, y ese momento altivo perecía tras el grito de Karabella, la pequeña gobernanta de su choza (esa con la cabeza de ternero en el frontal).

Abraracurcix, el jefe, aguardaba el regreso impaciente de Asterix y Obélix, envueltos de nuevo en otra de sus aventuras, y unas viñetas más adelante se jartaba de jabalís bajo las estrellas y una noche donde Asuranceturix, el bardo, siempre quedaba apartado atado a un árbol.

Paco Fernández paseando con el perro por la explanada de la Junta era el jefe de una aldea en su día romana y ahora cada vez más rumana. Junto a un alto cazurrón, salía a saludar a los jerifaltes que se acercaban a su ciudad. Peregrinos que dejaban unas perras en las tiendas de regalos y tomaban unas tapas por el Húmedo. A veces inauguraban un aeropuerto, una nueva estación de tren… Aunque era pequeño, tenía gran poder desde Eras a la Lastra, desde el Crucero hasta las Ventas, aunque siempre se vio superado por Isabel, la firmante en los Guzmanes (ese junto a Botines).

Paco Fernández, el alcade, esperaba un buen desenlace con Iván y María, que estaban en Vías charlando una vez más con los jóvenes, y unos días después, se quedaba sin comer las sopas en la Plaza Mayor mientras Artem Valerievich, Arty, tocaba el réquiem en la Calle Ancha.

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