domingo, 11 de diciembre de 2011

Extraordinario, o no, he aquí el problema


El martes, coincidiendo con el día de la Constitución, visité Cádiz. Era un viaje con 50 estudiantes de intercambio que movíamos los de la asociación AEGEE gracias a la interacción entre ésta y el Vicerrectorado de Relaciones Internacionales de la Universidad de León. Pues bien, en el viaje, que nos dejó conocer, en mi caso por sexta vez Cádiz, Granada, Córdoba y Sevilla, tuve un encontronazo sin par y a la vez divertido en la plaza de la Catedral gaditana.

Una vez que Cristina, que se estrenaba como guía-monitora, explicó Cádiz, me puse a comentar el programa y horarios a tener en cuenta para la visita de la ciudad. Los Erasmus, vamos a llamarlos a todos así aunque hubiese Comenius, Amicus, Holly Cross y otros, interesados por conocer más detalles de la ciudad y del lugar donde estábamos, me hicieron algunas preguntas, y yo, encantado y enamorado de la historia, no pude resistirme.

Como pasa casi siempre, cuando se junta un grupo de turistas ante las explicaciones de los guías, moscones, jubilados y un par de curiosos se hicieron hueco entre la multitud. Una Erasmus me preguntó que si no íbamos a entrar en la Catedral. Y yo respondí “no porque no tiene nada de extraordinario”. Esa fue mi tumba. Ese fue el desencadenante que dio pie a éste artículo. Algo casi como asesinar al Archiduque Francisco de Austria…

Como si fuesen las aguas del Mar Rojo, los Erasmus se abrieron entre el personaje y yo, que mantuvimos una batalla dialéctica sobre la catalogación de la catedral como extraordinaria o no. Él me decía que sí que lo era, y que albergaba sarcófagos púnicos y el tercer tesoro más grande de España. Yo le indicaba que no me refería a eso sino a la decoración y estilo arquitectónico, nada comparable y sí diferente, con la de León. Y que además, en ésta teníamos que pagar a pesar de estar en un estado no muy conservado. Él alegó que estaba equivocado, y que no le fuese con la palabra “extraordinario”, porque aquí sólo teníamos las ventanas de la catedral y nada más en la ciudad. Yo le repliqué que estaba confundido y que eran “vidrieras, vidrieras se dice, que las ventanas son para casa”.

El gaditano se presentó como profesor de historia de la Universidad de Cádiz. “Yo soy voluntario, señor, y creo que con venir y hacer la presentación de la ciudad en este punto ya basta porque luego tenemos visita a la Torre Tavira y queremos tomar el sol en la Caleta, allí por donde entraron los fenicios y cartagineses alrededor del año 1100 antes de Cristo, siendo la ciudad europea más antigua”. Nada parecía distraerle o ver que realmente yo amo la historia y que conocía lo que tenía delante. “Insisto que León no tiene nada, y León no es nada, que lo sé que estuve allí y lo vi con mis propios ojos”. Tal fue mi desencanto con éste personaje, amante al parecer como yo de las buenas historias, pero tan picado y obcecado con defender algo en que los dos estábamos de acuerdo pero que no supo interpretar, que lo último que le dije, sin nada despectivo, pero por mostrarle que León jugaba algo importante en la historia, incluso de Cádiz, fue que si los de León no hubiésemos llegado allí, quizás él hoy sería árabe.

Hubo entonces muchas risas, algunos aplausos. El profesor se fue haciendo mutis por el foro. Nosotros continuamos la visita. Varios se me acercaron preguntándome por si las diferencias entre ordinario y extraordinario en España eran diferentes a las del resto del mundo. Y les dije que en España, ordinario es ese señor, y extraordinario fue lo de Frodo, que se cruzó toda la Tierra Media y tiró el anillo al fuego del Monte del Destino.

Fuente: Mi espacio de opinión semanal "Savia nueva" en el digital cronicasdemibarrio.com http://www.cronicasdemibarrio.com/categorias/cronics/savia-nueva/

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