miércoles, 15 de noviembre de 2006

Mundo maño punto maño

Pocos maños conocía yo. Sólo Marianico y aquel que presentaba el Un, Dos, Tres la vez que "vamos a leer", pero no sabía que Zaragoza, antiguo reino de Aragón, escondía entre el Pilar y el Ebro gente tan maravillosa como la que pude conocer hace unos días. Sí, ahora recuerdo compartir unos días con otros en Macedonia, tierra de Alejandro, pero hablaré ahora de una especie de pareja que llegó una somnolienta mañana a la estación de Roma, y poco, o más bien nada pude hablar con ellos. Cierto, no lo olvido, me dormí en el tren, pero una vez pasaban los minutos y los momentos en aquella ciudad cerca del Vesubio llamada Nápoles, ciudad que vió antaño los rizos de Diego Armando, lugar de camorras, disparos y simpática alcaldesa, los fuí conociendo. Una era cual pluma, fina y delgada... muy delgada. Quise verla un día, pero tuve que mirar dos veces... y el otro, el supuesto novio no era más que un maño, elegante y acompañante, pero maño, y vivía incrédulo las situaciones de ésta gente hasta que enfermó de lo mismo, y cayó en el saco. Ya antes estaba la morena, la supermaña, la que hablaba con acento, la que durmió en nuestra habitación del albergue dos noches pese a estar prohibido el acceso a esa planta por parte de las chicas... Pues mañana ella: Durmió dos días, sí, sí, no le miento, encima mío, a explicar: en la litera superior. Ya te digo que ésta gente venía fuerte, así que no hubo forma de no poder conocer a otras dos, guapas ellas, como todos los que cito, que si bien una cultiva ciertas plantas en su casa, ahi, donde estará ahora su madre regando un tiesto cual gladiolo, y la otra, rubia, señora de Ataturk, creía hacernos ver que no pasaba nada, pero ya estaba marcada. Del resto, Erú me libre de no mentar ninguna hazaña, y por pedir perdón, tampoco menté a éstos cinco, que a buen seguro si tuviesen caballo, firmarían el Apocalipsis.

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