
(Bueno, ya menos). Tuve la suerte de poder ir no hace mucho, si, unos días por Roma, y me acerqué varias veces a San Pedro, que es curioso, pero pagas para entrar en la Catedral de Zamora, y en ésta no... Bueno, pues eso, que fuí, y viví la majestuosidad de otras épocas y me sentí realmente diminuto ante tal basto imperio, dominado por aquella cúpula (en la que hay que pagar para subir, ahí si). Aquel control de sillas, valladas todas en el patio de Dios, rodeado por esa inmensa columnata, en la plaza del obelisco, ¡al ladrón, suelta eso que no es tuyo! Aquellas estatuas gigantes del dueño de las llaves del cielo, aquellos guardias que se llaman suizos, pero son vaticanos... Y aquel detector de metales, qué crueldad al marcapasos, aquella puerta obligada por la que pasamos para entrar a la Iglesia Católica más grande del Mundo... Qué desgracia... cuánta magnificencia de una religión cuyo Padre era carpintero... ¡qué contradicciones en mi mente! Cuánta luz, qué lujosidad, ¡qué bárbaro el baldaquino! ¡Y qué increíble Miguel Ángel! Lo digo porque entré, ya de estar allí, pagando unos reales... vuelta la burra al trigo... a la Capilla Sixtina, y al complejo Vaticano... pero si ya me pareció grand

¡Qué desastre de... de... aggg!