jueves, 12 de agosto de 2010

El cuento de la lechera

Juanjo se levantó ésta mañana sobresaltado. Era como si en su último sueño hubiese corrido algún peligro hacía unos instantes. Aún así, siempre cuidadoso, se calzó las mismas sandalias que le habían acompañado desde aquellos campamentos de adolescentes en las playas de Galicia y se escondió varios minutos en el baño, saliendo después silbando con una toalla ya apenas sin felpa en la cintura y el pijama en una mano.

No le vi más hasta llegar a la cocina. Metió el pijama en la lavadora heredada de su tía abuela la rica y pronto se hizo un sandwich. Una loncha de jamón york de oferta y sin queso. Cosas de la crisis. Con la boca llena cantaba con la mirada perdida en la ventana esa del chinazo. Había un brillo en sus ojos. Bebió el tazón de leche que acababa de servirse más bien templada, con 4 granos de café del fondo del sobre. Dos cucharadas de azúcar duro a cambio de endulzar un día que prometía histórico. Hoy empezaba a trabajar en una nueva obra. En un servicio contratado por el Ayuntamiento de su ciudad que había resultado contradictorio y del cual se había nutrido la prensa local en los últimos meses. Que esto aquí, que va por allá, y un sinfín de anomalías, que bien un periódico afirmaba, y el otro lo desmentía. Así desde que habían dejado lo del Aeropuerto sentenciado y más o menos en marcha. Ahora Juanjo entraba en una cuadrilla de contrata entre empresas y el consistorio. Ni siquiera tuvo que pisar las oficinas de la avenida, y había accedido gracias a su primo el rico, que había trabajado con esa empresa y llevó el curículum allí donde pocos o contados, llegan.

Esto era ilusionante. Un nuevo trabajo por el que tenía un nuevo mono, y unas nuevas botas. Quedaría de pasar su primo a buscarlo, pero éste no llegaba.
Presa del pánico, viendo bien entrada la hora de trabajar en su mítico e inagotable Casio, y sin noticias de Ramiro, Juanjo cogió el móvil, pero mierda, no tenía recarga y tampoco recibía más anticipos. Algo habría pasado… Recogió los restos del desayuno. Hizo la cama y sacó un pijama nuevo para debajo de su almohada. La casa no era gran cosa, pero era lo que había podido alquilar a duras penas con el sudor de su frente, y ante el próximo fin de paro, no le quedaba otro remedio que apuntarse a lo que fuese, si no quería regresar al pueblo con sus padres, hermana y cuñado, ¡dios cómo odiaba a su cuñado...! Prefería seguir ahí sin poder traerse a su novia a vivir consigo. La ciudad cambia Juanjo, y tú formarás parte de ese cambio. Y el pueblo había rozado su tentativa.

Juanjo estaba ilusionado. Formar parte del cambio de un lugar es algo increíble, y él ahora estaba a punto de hacerlo. Con este trabajo y varios meses aseguraría el alquiler, traería a su novia y quizás sacase algún chapú este tiempo. Con lo que estaría trabajando pasaría la crisis y lloverían las ofertas en esos pisos y ese barrio a medio hacerse a las afueras. Juanjo corrió a la salita. Había dejado allí su móvil. Juanjo, escucha. No pasaré a buscarte. Han cancelado la obra. No hay trabajo. Pásate por la oficina que tenemos que firmar el finiquito.

Todos los sueños al traste. Una ilusión cortada de arriba a abajo. Firmaría un despido por un trabajo no realizado, y mañana, vuelta a las colas del paro. Pensó en su novia. Pensó en sus padres. Pensó en nada. Pensó en el Alcalde. En los técnicos. Pensó en los periódicos, en la radio, en la tele... Pensó en el cuento de la lechera, porque él fue el lechero durante un tiempo. Pensó en en en…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Buena historia y muy a cuento en estos tiempos que corren. Estas cosas pueden estar + cerca de nosotros de lo que pensamos...

Unknown dijo...

Genialérrimo tu breve relato. Serías digno sucesor en La Crónica. Ya me contarás qué tal Michael Corleone.