jueves, 10 de febrero de 2011

A los amigos del cole

Celina entraba en clase, con los pantalones ajustados hasta los sobacos, una torera por chaqueta, melena al viento y algunas carpetas bien encajadas bajo el ala. Soltaba algún chiste macabro, nos dejaba caer un pum, algo de tutoría, mal comportamiento, malas notas… algo… que hacía sonrojarse hasta al que mejores notas había sacado, y para que nos relajásemos sus chiquis hacía alguna gracia sobre Javi y su padre el catedrático… menos mal que fue de antaño, si es ahora…

Elisa nos llevó una o dos veces sólo a aquel su escondrijo, aquel desván del cole, de techo de caída, que a ella no importaba, pero que ya a mi me parecía incómodo de darle a la probeta con la cabeza inclinada. Iñaki y yo no teníamos problema, pero a cambio, los terrenales aspirábamos de lleno el aliento de resaca del vino catedral de León, botellas escondidas en dicha caverna, y patrocinador del equipo de fútbol con que debuté en el Loyola, y que usaron mis pupilos cuando fui yo entonces el entrenador.

Mallo, que se salió de cura por la Colombiana, se cogía las manos a la espalda, apenas llegaba a engancharse los dedos. Se paseaba después de haberme mandado escribir algo en el encerado y nos preguntaba para que buscásemos respuestas. Yo mientras estaba allí delante jugando con la tiza, mirando tan para abajo que el espectáculo del cogote debía de ser de casi rotura, a punto de caérseme la cabeza al suelo. Decíamos unas cosas u otras, y él reía con nuestras tontadas pubertinas al escuchar eso de ecuación que satisfaga, y abrochándose la bata decía, será que tiene que ser así.

Leandro olvidaba la educación física para centrarse un mes entero en bádminton. Menos mal que no le dio por hockey. Luego de repente en cuatro clases hacíamos el salto de altura y tiro de balón medicinal, el pi y salto del potro, la velocidad y salto de longitud y el kilómetro. Todo ello bien pero veníamos de dar dos vueltas al campo de fútbol y matándonos a correr Fermín, Iñaki y yo, para recoger un balón y hacer deporte. Ale. Pachanga y punto. A recoger esos centros de Guillermo desde la banda. Se acabó la clase. No me creeréis pero recuerdo el día que corrimos los 100 metros con Serafín.

Marcial era el típico bonachón que tenía todo controlado. Aquel su minilápiz metido en su bolso de bata, con papeles, chuletas, horarios de autobuses, de comedor y todo lo que podías imaginar, no daba crédito al golazo marcado por Fermín por la escuadra del kiosko, amén de petisús y palmeras volando y cabezas de gritones por conseguir una maldita bolsa de los químicos garrochitos. Nos quedamos una temporada sin balón por mentirosos. Pero fue verdad y de las buenas.

Cristina Celemín pasaba páginas de cuaderno grande, de anillas, buscando y atemorizando para ver quién tenía hechos los deberes. Si llegabas tarde de gimnasia. Cero. Si te habías quedado a esperar a Jorge, que había tenido pelea de cintos en el vestuario con Santiago. Cero. No los tengo. Cero. Los tengo a medio hacer. Cero. No sé hacerlo. Cero. Lo hice pero mal. Cero. Yo es que… Cero. Y si insistías te respondía, para nada guapo, para hacerlo mal, no lo hagas. Y volvía a pasar hojas y hojas en su gran cuaderno. Cómo me gustaría ver uno de esos. Bendita enseñanza de inglés. Menos mal que entró AEGEE en mi vida.

Qué tiempos de BUP, y qué buenos amigos traía de antes, até entonces, y tengo ahora. Esto va por vosotros. Y los que no estábais en ésto, ya os tocará.

1 comentario:

Javi Sarna dijo...

EEEEE que rebonico!! me ha gustao mucho... Mira que lamento haberme puesto malo el dia del gol en el kiosko! aquello fue una lastima, todos los pepitos volando jajaja Y han pasado ya mas de 10 anios, pero sarna ganó!! SARNA CAMPEONA!!!! cuantos recuerdos... Gracias por el articulo ospi, un fuerte abrazo!