viernes, 15 de enero de 2010

Los vendedores de ilusión

Hay un ciego con vista en género femenino, situado en un buen sillón de un edificio del que habla un libro de sotas, caballos y reyes, y del que cuentan que vino un príncipe italiano en una época renacentista y tras la boda nunca regresó por ver aquí mucho paleto. León en 1600 señor mío. Ya no era el medievo en una Europa a quien dimos las Cortes, y en León aún quedaban aquellos que recordaban que sus bisabuelos vieron a un rey saliendo de la catedral… Aún hoy muchos siguen recordando esa época… aún quedan muchos de 1600…

Amén de no ser Bueno, pero como si fuese de esta familia, el ciego, que a su vez es bajito, pasea por la corte, soberano, y sale a la provincia a dejarse retratar por los pintores más famosos de trato pixel de la capital. Rodeado de sus mesnadas, el bajito reparte ilusión allá donde el asfalto tarda en llegar, allí donde el agua ha de ser embotellada, y aquí donde nos peleamos por ser una cifra y pasar a depender de un trovador del mismo corte, palomino y herrero al mismo tiempo. Al poco le caerá ceguera, o hace como que la tiene, con sus lentes que viste al aire. Frente ancha y papada de buen paté y más pendiente de caer bien a un centro que lo sigue viendo amarillo y rural, como buena cabeza originaria que es, que de frenar esa la empresa de zapatillas que quiere hacer una senda por un monte alejado del valle de Olid. No importa, mientras no le toquen su villa de maquinaria afrancesada y sigan aterrizando avionetas en un pueblo con nombre de lo que tiene: niebla.

No hay comentarios: