
Amén de no ser Bueno, pero como si fuese de esta familia, el ciego, que a su vez es bajito, pasea por la corte, soberano, y sale a la provincia a dejarse retratar por los pintores más famosos de trato pixel de la capital. Rodeado de sus mesnadas, el bajito reparte ilusión allá donde el asfalto tarda en llegar, allí donde el agua ha de ser embotellada, y aquí donde nos peleamos por ser una cifra y pasar a depender de un trovador del mismo corte, palomino y herrero al mismo tiempo. Al poco le caerá ceguera, o hace como que la tiene, con sus lentes que viste al aire. Frente ancha y papada de buen paté y más pendiente de caer bien a un centro que lo sigue viendo amarillo y rural, como buena cabeza originaria que es, que de frenar esa la empresa de zapatillas que quiere hacer una senda por un monte alejado del valle de Olid. No importa, mientras no le toquen su villa de maquinaria afrancesada y sigan aterrizando avionetas en un pueblo con nombre de lo que tiene: niebla.
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